Lecturas de mi mundo.
Para mí es muy grato recordar mi infancia, ahora estremece mi pensamiento y mi alma, revivirla en verdad me conforta. Mi infancia se desarrolló en el campo en una casita campesina muy humilde con tres cuartos muy amplios y una cocina con fogón de leña, en donde mamá preparaba todas aquellas deliciosas comidas tradicionales de aquella región.
Lugar en el que todo lo que sucedía despertaba mi curiosidad, recuerdo como preguntaba a mi padre todo los colores con que se pintaban aquellos maravillosos lugares, las flores con sus distintas tonalidades, las mariposas con sus lienzos a sus espaldas, pajarillos de mil colores y con su variedad de cantos, grillos, ranas y luciérnagas que en la noche titilaban en los extensos potreros; espectáculo que junto con mi hermano mayor admirábamos sentados en el pórtico de la casa.
En aquel lugar recuerdo como muestro abuelo materno cuando iba a visitarnos nos contaba historias de lugares muy cercanos a nuestra casa, lugares maravillosos que según sus relatos eran mágicos; nos contaba historias de brujas, duendes y de otras criaturas que habitaban en lo profundo de la selva, historias que a la noche cumplían con su propósito; desvelarnos a mí y a mi querido hermano. También nos contaba cómo él caminaba largas distancias para ir a los pueblos, de cómo se cultivaba, hasta nos explicaba como se hacía el guarapo; bebida muy apetecida por esa época para el deleite de los adultos. Por otra parte, observaba como mi papá se levantaba muy temprano para ir a ordeñar y muchas veces me llevaba para que fuera aprendiendo este oficio; dar de comer a las gallinas, cerdos, conejos, mudar las ovejas; todo esto poco a poco lo fui aprendiendo.
Mi madre por su parte trataba de enseñarme a reconocer las letras en una cartillita muy vieja que era en donde ella había aprendido a leer y también en donde le había enseñado a mi hermano; recuerdo que casi siempre por las tardes después de ya casi culminadas sus labores domésticas ella señalaba cada una de las vocales para que yo repitiera una y otra vez. Por mi parte yo practicaba mi escritura cuando realizaba muñecos en arcilla y trataba de hacer letras o escribir el nombre del objeto con un sinnúmero de garabatos; allí mi guía era mi hermano mayor quien me enseñó a hacer las letras en arcilla y escribía los nombres de mis esculturas. Cuando ingresé a la escuela rural ya conocía el alfabeto y escribía algunas palabras, pero lamentablemente esto allí fue reducido a empezar de cero, a repetir una y otra vez vocales, consonantes, combinaciones de sílabas, a realizar elaboradas planas. Ahora no comprendo como era posible que permaneciéramos medio día encerrados en un aula teniendo afuera un espacio propicio para el aprendizaje, nuestro entorno, nuestro mundo; que estaba siempre dispuesto a enseñarnos algo nuevo.
Elaborado por:
Oscar Javier Suárez P.